Hace un par de años, yo sostenía que la SGAE tenía razón y que el canon y otras maniobras estaban justificados. En esencia, venía a pensar que el autor de una obra tiene derecho a decidir el soporte, formato y manera en que se vende/distribuye su propia obra. Uno debería decidir qué uso se hace de su trabajo, o, al menos, en qué manera.
Como se puede suponer, semejante postura era causa de discusiones habituales. No sin razón, algunos me decían que era un poco hipócrita, un iconoclasta y que sólo pretendía calentar las listas de distribución y las tertulias. Pero lo que yo quería señalar era que, más que rasgarse las vestiduras farisaicamente, era necesario reconocer que saltarse el deseo del creador de una obra no era un derecho sino más bien un atentado contra un ecosistema. La eco viene de economía, no de ecología, pero vivir, vivimos dentro de ese ecosistema.
Para abreviar, los que propugnaban el canon y esas otras maniobras empezaron a pasarse cuatro pueblos, y yo terminé por convencerme de que sus justificaciones eran una cortina de humo. Canon a esto, a lo otro. Intervencionismo legislativo, inclusión de troyanos, manipulación. Así que, de repente, su libertad, que debería terminar donde empezaba la de los demás, no se detenía en esa delicada línea, y continuaba su recorrido avasallando mi libertad. Y, especialmente, la del ecosistema.
Otras personas más brillantes lo han descrito mejor y, sobre todo, menos farragosamente, pero intentaré explicarme: esencialmente, el esquema de intermediarios que supone la industria del espectáculo empieza a parecerse a la de un parásito que no aporta valor, que detiene la innovación y perpetúa un sistema obsoleto y ineficiente, que para más inri no es ni capitalista ni liberal, ni nada, salvo egoista y negativo para los demás. Hoy por hoy, existen maneras de distribuir contenidos y creaciones que no requieren de una industria mastodóntica. En nuestra corta existencia, los simbiontes hemos tenido que cambiar no ya de empleo sino de profesión una o dos veces, y se nos exige que estemos al día. Hasta el punto las cosas van cambiando, que lo hace tres años era lucrativo ahora no da ni para pipas. Así que, ¿por qué ellos no cambian? Visto desde un ecosistema capitalista, lo que no funciona debe hacerse a un lado para que lo sí funciona tenga una oportunidad.
(continuará Continúa en Cantautores de ayer y de hoy.)
Hola soy una mujer sola de 49 años y quiero regalarle su primera play a mi sobrinito pequeño que acaba de cumplir 6 años. por favor aconsejarme porque sé que esto hoy en día es muy importante y yo voy muy justa de dinero. Gracias a todos Inma.
Hola Inma:
Supongo que te habrás confundido de nota en la que dejar el comentario, pero no tiene importancia.
Para un niño de seis años, lo más sensato es que te dejes aconsejar por el tendero y no invertir demasiado dinero, ya que a esas edades se disfruta de otras cosas. Para cuando tenga edad de apreciar las diferencias y peculiaridades de cada modelo, cualquier cosa que se compre ahora será un artículo de museo. Teniendo en cuenta que cambiará juegos con sus amigos y la parte más social en general, podría ser una buena idea enterarse de qué tienen sus amigos. También es conveniente que el artefacto incomode lo menos posible en la casa y no condicione al resto de habitantes.
De todas formas, habiendo crecido con ordenadores, puedo afirmar con conocimiento de causa que probablemente se divierta más con una caja grande de cartón o un balón.
Una página colectiva y ecléctica para comentar y apuntar cosas.
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Si quieres curiosear, puedes consultar:
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La tira ecol ha vuelto.