Ayer estuve leyendo un pasaje de la Torre de la Golondrina, de Sapkowski, en el que hay un interrogatorio judicial a un testigo no encausado y no hostil. Es decir, que no es un acusado, y el tribunal no tiene una causa contra ese testigo. Me di cuenta de que el tono formal --vamos, el acoso autoritario- es idéntico a el de El Proceso, de Lem (en Más cuentos del piloto Pirx). Se empieza con una enumeración del tribunal que expone las reglas del juego. Esencialmente, al testigo se le van retirando derechos como quien deshoja una margarita, uno por uno. Al final, sin pétalos, este queda expuesto, despersonalizado. Luego, es reconvenido severamente cada vez que apunta la menor querencia a salirse del cauce de las reglas. Poco menos que a bastonazos. Todo muy dialéctico, sin violencia física, claro, pero recordando al testigo que ya no es una persona, sólo un sujeto judicial que se ha cruzado en el camino de un dios ciego e implacable.
Aquí lo que se conoce es la tradición judicial americana, transmitida por el cine. Acaso, Testigo de cargo sentó a la británica las bases de ese cine, pero ahora es un producto cultural netamente americano. Siempre llama la atención ver otras formas judiciales e imaginarse como habría de ser conocer el comunismo en los 60-70.
Le Carré tiene una novela en la que discurre un proceso judicial secreto de corte estalinista en los 50-60, pero no tiene ni color, a pesar de esos dos adjetivos cuya sinergia es tremebunda: secreto y estalinista. Yo supongo que la diferencia radica en haberlo vivido o no.
Otro día hablaremos de Sapkowski.
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