Se ha publicado recientemente Axiomático, una recopilación de cuentos de ciencia ficción dura del escritor y matemático australiano Greg Egan. Creo que a Egan se le conoce en España desde que publicara Aprendiendo a ser yo en Quasar, y Axiomático (el cuento) en Gigamesh revista, hace 10 años. Luego se han editado al menos tres o cuatro novelas suyas, pero las implicaciones de sus escritos son tan densas que los relatos tienen la ventaja de la brevedad.
Los cuentos de Egan interesarán por igual a los aficionados a la ciencia ficción dura, a los fans de Lem, y a la gente que no necesariamente lee ciencia ficción pero le gusta pensar sin epatar a nadie. Egan le pega a la física cuántica, a la genética, a la filosofía; pero, de hecho, no hay que ser físico para disfrutar de sus cuentos sin perderse una pizca, porque la virtud de su prosa es que aborda la física desde una perspectiva cotidiana. De otro modo: habla de cosas que de una u otra forma llevan tiempo asumidas por la sociedad: el átomo, la genética, la relatividad. Pero no asumidas del todo, sino más bien conocidas sin pensar en ellas.
Una persona corriente no precisa conocer el átomo como un físico para entender y asumir que el mundo es como es y para plantearse preguntas incómodas. ¿Quién soy? ¿Qué soy? Si soy átomos y mis pensamientos son una colección de señales eléctricas, ¿podría teleportarme con una máquina que lea dónde y cómo está cada partícula para luego mandar la información por un canuto y otra máquina me rehaga? ¿La respuesta a la identidad es, entonces, una cuestión de potencia de cálculo y ancho de banda?
¿Cuál es por tanto mi naturaleza? ¿Existo como creo que existo? ¿Tengo identidad o soy una autoentelequia? Por tanto, si todo es señales eléctricas y química, ¿el amor que sienta por la mujer de mi vida tiene algún mérito? ¿Es, de hecho, algo especial? ¿Acaso existe o es como cualquier proceso corporal, es decir, semejante a una enfermedad? Si es algo tan trivial, ¿qué más da que le atice una paliza a esa amor reacción química de mi vida? ¿O que le engañe? ¿Acaso la infidelidad es como quitar windows y poner ubuntu? Si el duelo por mi padre muerto es pura química, voy y neutralizo la reacción. De hecho, borro los malos recuerdos y desactivo las malas sensaciones. Entonces, por qué te desasosiega leer esto; es porque lo que digo NO es cierto, o porque, aun siendo cierto, rompe las convenciones y tu pequeño mundo de cristal que has levantado como un mecanismo de defensa.
Si, al cabo, no soy más un mueble sofisticado, ¿por qué he de tener derechos? Si algo falla, que me tiren a la basura como un mueble viejo, ¿no? ¿Qué pinta oponerse a la pena de muerte? Es el bigbang, tío. El yo, siendo partículas, química, señales eléctricas, ¿puede controlarse, modificarse? Si un pensamiento no me mola, ¿me lo puedo cambiar? ¿Cómo sería una sociedad que persistentemente rehúye el mal rollito?
En realidad, preguntas cuya respuesta no es lo que importa, sino pensar en ellas; un estado de duda permanente es más sólido (y honesto) que un estado de certezas permanentes. Pero tampoco un relativismo total vale. Egan escribe cuentos con esas ideas, les da forma, te pone a pensar en ello mirando lo cotidiano. Y aunque alguna de las cosas que proponga sea irrealizable y todas ellas queden en el futuro, es actual, rabiosamente actual, porque habla del ser, de la vida, de ti. No es el único que lo hace, pero es una vía tan buena como cualquier otra. Absolutamente recomendable, salvo en estados depresivos.
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